Opinión

La polarización y el fuego amigo

por Jorge Raventos

Después de volver de su relevante visita al reino de España, donde fue tratado con la más alta consideración, Mauricio Macri dedicó sus mayores esfuerzos a curar las heridas producidas en la credibilidad del gobierno por una serie de desaciertos políticos, el más destacado de los cuales fue el affaire del Correo Argentino.

Volver al pasado

Las encuestas le han indicado a la Casa Rosada que la confianza social ha decaído. Y este fenómeno se refleja en el mismo seno de la coalición oficialista, donde se observan signos de desaliento y reproches por la limitada participación en decisiones significativas.

Estos hechos, sumados a la demora de los resultados económicos pronosticados, plantean un horizonte problemático en el año electoral. El Presidente procuró inyectar optimismo y entusiasmo hacia afuera y hacia adentro, con su presentación ante el Congreso y en reuniones con legisladores adictos y con altos cuadros de los gobiernos nacional, bonaerense y metropolitano.

El gobierno no puede hablar con datos demasiado elocuentes sobre el período que lleva transitado. Los mayores éxitos (levantar el cepo cambiario, acordar con los holdouts) quedaron en los inicios del período; después de eso hubo pronósticos fallidos (la inflación no bajó lo que se había anunciado; la meta de déficit fiscal sólo pudo cumplirse merced a los recursos excepcionales del blanqueo; las esperadas inversiones se hacen esperar; los “brotes verdes” por ahora son mayormente espejismos, el gobierno ha bajado desde su anómala promesa inicial de “pobreza cero”a un compromiso vago, sin metas específicas, de “bajar la pobreza”; el empleo sigue anémico, la producción sigue sumergida) y si bien se acreditan algunos hechos notables, ellos son de limitado impacto en términos de marketing electoral.

Con ese balance, la Casa Rosada podría hacer algo más que referirse a un futuro de promesas ambiguas: podría formular un programa de acción con metas claras y verificables y una idea sugestiva de país capaz de “entusiasmar” (para emplear una palabra del vocabulario Pro) por lo menos a sus votantes. En cambio de ello, el gobierno parece inclinado a seguir hablando del pasado (la“pesada herencia” recibida), y a evocar constantemente el perfil del rival con el que quiere polarizar: el kirchnerismo.

En tiempos de la posverdad

Es evidente que el gobierno ha decidido que esa sea su estrategia político-electoral. Su lema básico quiere ser: Nosotros o Drácula. Se trata de confrontar con el adversario más impresentable para la opinión pública. Es una picardía clásica de la política: presentar la disputa plural de un comicio legislativo como si fuera un combate de dos (el gobierno y un rival fácilmente abominable) y presentar así la propia divisa como la gran muralla defensiva ante la amenaza del Mal.

El abuso de este recurso discursivo es peligroso. Si bien en estos tiempos se afirma que estamos en la era de “la posverdad”, siempre hay un límite.

Es el caso de la huelga docente que la semana próxima –como ha sucedido en tantas otras oportunidades- impedirá que el año lectivo se inicie en la fecha programada. El oficialismo ha encontrado un rostro ideal para jerarquizar: el del sindicalista Roberto Baradel. Con su confesa militancia kirchnerista, su aspecto titánico e hirsuto y su negativa imagen en la opinión pública, Baradel es otra figura soñada para la estrategia electoral del oficialismo. Anclándose en su presencia, el gobierno y su red de difusión propagan que el paro docente es una manifestación de oposición política motorizada por los K y/o un intento de hacer daño a los gobiernos de Mauricio Macri y María Eugenia Vidal.

Conciliación obligatoria focalizada

No hay duda de que Baradel es kirchnerista ni de que el kirchnerismo está empeñado en una oposición sistemática. Pero pese al ambicioso nombre de su gremio (Sindicato Único de Trabajadores de la Educación), el de Baradel es sólo uno entre seis sindicatos bonaerenses del ramo.

Por otra parte, la huelga docente del lunes y el martes tiene carácter nacional. ¿No es distorsiva la atribución de kirchnerismo y malas intenciones políticas a ese extenso conglomerado heterogéneo de dirigentes y trabajadores? ¿No convendría preguntarse si puede haber motivos valederos y legítimos para la protesta, más significativos que la influencia política del señor Baradel y del nostálgico y encogido núcleo K?

Si bien se mira, es muy probable que un amplísimo porcentaje de los docentes de la ciudad y la provincia de Buenos Aires (y del país) hayan votado un año atrás, en primera o segunda vuelta, por Mauricio Macri. La interpretación de un paro manipulado por Baradel y el kirchnerismo se convertiría en un bumerán retórico si la huelga resultara exitosa (mucho más si se toma en cuenta el dato, con el que el gobierno sin duda especula, de que los paros docentes nacionales tienen habitualmente bajo acatamiento) . ¿Habría que suponer, en tal caso, que toda esa porción del electorado de Macri se dejó usar o se ha convertido al culto de la Señora de Calafate?

No es improbable que la búsqueda de polarización contra el eje narrativo Baradel-Kirchnerismo haya impulsado el endurecimiento del gobierno de María Eugenia Vidal, que aplicó distritalmente la conciliación obligatoria a una medida de fuerza de carácter nacional, algo que no hizo en cambio el ministerio de Trabajo que conduce Jorge Triaca. Si se trata de garantizar que las clases comiencen el próximo lunes, ¿eso debe ocurrir sólo en la provincia de Buenos Aires o en todo el país? Parece evidente que el oficialismo, por motivos que van más allá de la discusión educativa, quiere aparecer peleando con Baradel. Y pretende mostrar al kirchnerista Baradel como el agresor.

El Cuco no existe

Se trata de un objetivo electoral. Forzar la idea de una polarización con el kirchnerismo para salir beneficiado en la foto, monopolizar la esquina del Bien y clausurar el paso a otras manifestaciones legítimas del pluralismo democrático resulta, si bien se mira, un juego chico. Más allá de que algunas encuestas otorguen aún a la figura de Cristina Kirchner un respaldo de unos 25 puntos, el kirchnerismo como proyecto y como estructura está desarticulado.

El gobierno puede sentirse acuciado por ganar la elección de octubre, pero lo trascendente es unir al país, sacar a los sectores más expuestos de la pobreza, crecer y recuperar el futuro para la Argentina y los argentinos. Un año atrás, Mauricio Macri planteó esas prioridades nacionales. Cuál debía ser el resultado de las elecciones de 2017 no formaba parte de aquel listado

En rigor, si se apostara por un acuerdo de unión nacional y con el antecedente de la desarticulación kirchnerista, sería irrelevante quién fuese el triunfador. Supeditar la realidad a una victoria oficialista dentro de ocho meses implica seguir prolongando la incertidumbre que paraliza la economía y hace vacilar a los inversores.

El gobierno aspira a sellar una grieta de desconfianza con la legislación que preparan algunos de sus integrantes destinada a acotar conflictos de intereses de sus principales funcionarios. Una iniciativa saludable que debería apresurarse.

La viga en el ojo propio

Pero la Casa Rosada debe sellar también las grietas que el año electoral (y el unilateralismo de muchas decisiones gubernamentales) abre en la coalición oficialista. El último fin de semana hablaron los radicales en Villa Giardino. Esta semana empezó a hablar Elisa Carrió. La diputada hace uso hábilmente del sello de calidad que maneja. Defiende al Presidente de las sospechas generadas por temas como el Correo (si bien su defensa subraya la condición de árbitro moral en que se ubica la doctora y sugiere implícitamente las consecuencias de un juicio negativo), pero también pone límites.

Un límite apunta a la tendencia unilateralista del Pro: “Durán Barba no cree en Cambiemos, cree en el PRO con el nombre de Cambiemos”, sostuvo esta semana, refiriéndose al gurú político del partido de Macri.“Él quiere que solo Mauricio (Macri) y Maria Eugenia (Vidal) lideren el proceso”.

Otro límite se refiere a los movimientos que ha detectado, destinados a cerrar el paso a su candidatura a senadora por la provincia de Buenos Aires. No le gustó que Mauricio Macri destacara a su primo Jorge llevándolo en la comitiva a España. Tampoco está contenta con la preferencia de Vidal por Jorge Macri. Seguramente por eso esta semana, en medio de dulces declaraciones de apoyo, cuestionó tanto al Presidente como a la gobernadora que –dijo- “no me facilitan documentos para luchar contra la corrupción. A Vidal le recriminó también“dejarse extorsionar” y, aunque aseguró que no enfrentaría a la gobernadora para imponer su propia candidatura, dejó en claro que “no voy a avalar delincuentes en las candidaturas”.

En una palabra, Carrió aspira a ser candidata o, por lo menos, a ser gran electora, con poder de veto, del candidato que sea. De lo contrario…

Cambiemos en una coalición sui generis, que hasta ahora se viene redefiniendo plásticamente, de acuerdo a las necesidades. Ahora la alianza requiere plasticidad en el gobierno: que modifique algunos de sus rasgos, que cambie alguna de sus piezas y, sobre todo, que deje de lado el unilateralismo de rostro humano con el que el Pro ha hecho valer su hegemonía.

Vale la pena recordar lo que advertía Sun Tzu hace 25 siglos. “Si no puedes ser fuerte, y sin embargo no puedes ser débil, eso resultará en tu derrota”.

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